Margarita de Navarra
Hubo una vez cierto mayordomo de Carlos, el último duque de Alençon, que había perdido un ojo y estaba casado con una mujer mucho más joven que él, y a quien su señor y su señora amaban tanto como merecía por el puesto que ocupaba en su casa; y no podía ir tan frecuentemente como hubiera querido, a ver a su mujer. Esto dio ocasión a que ella olvidara su honor y su conciencia y se enamorase de un hidalgo, amores que a la larga hicieron tanto ruido que el marido acabó por enterarse, pero no podía creerlo por las grandes muestras de afecto con que su esposa lo recibía. Aún así, un día, pensó que debía hacer una prueba y vengarse, si podía, de quien le hacía tal afrenta. Para conseguirlo fingió que se iba a cierto lugar próximo para dos o tres días. Creyéndose que había ido, su mujer envió a buscar a su amante, y no habría pasado ni media hora cuando llegó su marido, que llamó fuerte a la puerta. Ella, conociéndolo, advirtió a su amante, que hubiera querido estar en el vientre de su madre y que maldecía de ella y del amor, que lo habían colocado en semejante peligro. Aquélla le pidió que no se preocupase y que ella encontraría el modo de hacerle salir sin vergüenza ni daño y que se vistiese lo más rápidamente posible.
Mientras tanto, el marido llamaba a la puerta y gritaba tan alto como podía. Ella fingía que no lo conocía y gritaba al criado:
-¿Por qué no os levantáis y vais a hacer callar a los que llaman a la puerta? ¿Son éstas horas para venir a molestar a casa de gentes de bien? ¡Si mi marido estuviera aquí ya os guardaríais!
El marido, al oír la voz de su mujer, la llamó lo más alto que pudo:
-Esposa mía, abridme. ¿Me vais a hacer permanecer aquí hasta el amanecer? -y cuando vio que su amigo estaba en condiciones de salir, abrió la puerta y empezó a decir a su marido.
-¡Oh, esposo mío!, qué contenta estoy de que hayáis venido; estaba soñando algo maravilloso como no se puede imaginar. Soñaba que habías recuperado la vista de vuestro ojo -y abrazándolo y besándolo lo cogió por la cabeza y tapó el ojo bueno mientras le preguntaba:
-¿No veis mejor que de costumbre? -y mientras no veía ni gota hizo salir a su amigo, lo que el marido sospechó y le dijo sin poderse contener:
-Mujer, nunca más estaré a tu acecho, pues queriendo engañarte he recibido el engaño más fino que nunca se ha inventado. Dios quiera castigarte, pues no hay hombre que pueda dar órdenes a la malicia de una mujer si no es matándola. Pero ya que el buen trato que te he dado no ha podido servir para tu enmienda, puede ser que el despecho que te demostraré de hoy en adelante te castigará.
Y diciendo esto se fue y dejó a su mujer muy desolada.
Mas después, por oficios de parientes, amigos, excusas y lágrimas, aún volvió a su casa junto a ella.
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