de Julian del Casal
Nada más raro, en nuestros tiempos, que la aparición de un libro sencillo, empapado de sana alegría y escrito al correr de la pluma cuyas páginas sirven para desarrugar los ceños más adustos, entreabrir los labios más serios y disipar las brumas melancólicas que difunden en el espíritu las miserias de la vida, ya se contemplen en su asquerosa desnudez, ya al través de las hojas de Jos modernos libros pesimistas.
La desaparición de las antiguas creencias, el hastío que enerva los ánimos, las inquietudes abrumadoras de lo porvenir, el amor desenfrenado de la gloria y las sutilezas de los análisis psicológicos, saturan de profunda tristeza las obras maestras de la literatura contemporánea, hasta el punto de que Edmundo de Goncourt, lo mismo que sus numerosos discípulos, ha llegado a asegurar, por la pluma exquisita de la eminente escritora gallega Emilia Pardo Bazán, «que una persona sana y robusta no es capaz de sentir la calentura de la inspiración y que para crear algo artístico es necesario encontrarse bastante enfermo».
Aunque soy el más incansable lector de esta clase de libros, donde la pintura de las pasiones humanas, hecha con frases sutiles, coloreadas y armoniosas, deslumbra la imaginación,enardece los sentidos y perturba el sistema nervioso del que los lee, como las emanaciones de un río engendran la fiebre en el organismo que las aspira: he leído, en breves horas, sin detenerme un momento, ni aun para encender un cigarro, las páginas encantadoras del folleto que óstenla su nombre al frente de estas líneas, escrito por uno de mis mejores amigos, que es también uno de los más fecundos, amenos y discretos escritores de la última generación.
Después de pasado el prólogo del doctor Benjamín de Céspedes -un gran literato entre los médicos y un gran médico entre los literatos-, que viene a ser en las primeras páginas del folleto, por la amargura de su tono y la elevación de sus ideas, una especie de telón negro que oculta un escenario de circo, donde su admira la destreza de los acróbatas, se, óstenla la robustez de los músculos y se provocan las agudezas del payaso; el espíritu del lector se inicia en los secretos del complicado juego de pelota; conoce su origen, su desarrollo y sus consecuencias, comprende las causas de su popularidad y se promete asistir al primer desafio.
El entusiasmo de los jóvenes que se escapan de las aulas para ir a la práctica; las figuras de los jugadores, ya sean del bando azul, ya de! bando rojo; las desavenencias entre los partidarios de distintos clubs; el efecto que produce la concurrencia que asiste al espectáculo; las mil peripecias del juego; los gestos y chillidos de las turbas apiñadas en los escaños; los comentarios que se hacen al terminar la fiesta, en las calles, y en los cafés; todo está muy bien presentado en párrafos sencillos, desnudos de galas retóricas y salpicados de chistes originales, porque el autor escribe de prisa, sin rebuscar sus ideas ni peinar su estilo, del mismo modo que el pájaro canta, el astro alumbra y la flor perfuma.
Una vez abierto el libro, no se puede soltar de las manos. El chiste culto, ligero y espiritual corre, piquetea y estalla en cada línea, con cualquier pretexto y con pasmosa facilidad ya de una frase cogida al vuelo, ya de un incidente dolorosamente cómico. confundiéndose todos en una alegría encantadora y reconfortante a la vez, análoga a la que despierta el sonido de los cascabeles agitados en ruidoso baile de máscaras.
Después de dar las gracias al autor por el buen rato que me ha proporcionado la lectura de su primer libro, cuyos ejemplares el público se encargará de consumir, no por mis elogios sino por su verdadero mérito; réstame suplicar al donoso escritor que me perdone en su futuro libro, de ciego que merezco por estas incorrectas líneas. ¿Me lo perdonará?
La Discusión, 28 de noviembre de 1889.
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