de Abel Pohulanik
Soy la "Gringa Loca" y mañana todo el pueblo hablará de mí. Como cuando era "La gringa" a secas y empezaron a llamarme así porque no me vieron llorar en el velorio del Basilio. Era el único hijo varón que en mala hora tuve con el Gervasio; me lo mataron como a un pato de estero, con perdigones...
Y yo pregunto si no es como para volverse loca si una dejó que se le seque el alma durante veinte años cuidando un hijo para que al final... Me había salido demasiado rubio y hermoso como para que durase.
La hija no: negra y mala como su padre, sólo nos parecíamos en el odio.
Cuando mi hijo murió sangrando por diez mil agujeros yo ya estaba seca desde siempre, Se me había ido la vida de a poco gambeteándole a la muerte desde que él nació. El resto fue sólo para exprimirme lo que quedaba.
El Basilio nació cuando Gervasio ya se había mandado a mudar a tentar suerte a la capital; esperé mucho la plata para seguirlo. Un día apareció para hacerme la otra hija y contarme que todavía no era tiempo para que yo también me vaya.
Nunca más lo vi. Cuando la chica quiso ir con el padre me alegré. Cada uno con lo suyo, pensé, ambos eran iguales, que me dejen con lo mío.
Y yo pregunto si una es loca si sabe que la muerte está en todas partes queriéndose llevar un pedazo de carne rosada y tibia y toda mía. Había una muerte silenciosa ondulando entre los yuyos; había otra en los oscuros remolinos de la correntada; otra en esta maldita resolana que no perdona, y otras mil en las noches que no acaban, en las madrugadas en las que mi hijo ya no vuelve...
Había peligro en todo: en los aljibes, en las zanjas, en las ventanas abiertas, en la escuela. en la hamaca y las hondas, en los cuchillos y las tormentas. Para que no sufra, yo misma enseñé a mi Basilio a leer, sola lavé, cociné y corté la leña. Lo tenía en cajoncitos cuando tuve que trabajar afuera y cuando caminó no dejé que llegue más allá del portoncito.
Iba conmigo a la iglesia, al almacén y a los velorios. En las visitas me sobaba todo el tiempo la cartera sentado al lado mío y por suerte nunca lo invitaron a una fiesta.
Yo misma le cortaba el pelo y las camisas; le mostré cómo hay que afeitarse y ponerse talco para evitar las paspaduras. Quemé la citación del regimiento y cuando me preguntó por qué no lo llamaban le mentí que a los sin padre no los necesita nadie.
Recién cuando me enfermé de la pierna dejé que fuera solo a comprarme la provista y a entregar la ropa lavada. Le indicaba el camino más corto pero empezó a demorar siglos en volver. Esas veces me volvía más loca que nunca. No hubo caso, al principio se demoraba un rato para escucharlos, luego ya se sentó de amigo con los del Bar.
Tantos años de sufrimientos para que termine en la mesa de un boliche con media docena de atorrantes, escuchando porquerías. Por lo menos, decía yo, si ninguno de ellos trabaja, ni juega al fútbol, ni sale de caza, no hay peligro. Eran seis o siete inútiles, jugando al dominó en la vereda para poder sacar mejor el cuero a la gente.
Terminé por darle para el café con tal que se quedase allí sin moverse y venga a comer y dormir a la casa.
Pero no, el más inútil de todos, el hijo de Pereda, tuvo que llevar una escopeta para hacerse ver. Él, el hijo del más rico del pueblo, tenía que ser al que se le escape la perdigonada que me dejó sin alma...
Después del entierro escribí a la hija, seguí lavando ropa afuera y comencé a criar cuanto perro guacho y abandonado encontraba por ahí. Por tan poco me llamaron la "Gringa Loca".
Pero mañana todos hablarán de mí.
En el mismo jeep en el que lo llevaron preso al hijo de Pereda lo trajeron hace unos meses, en "libertad condicional", o suelto "por falta de pruebas", o algo así; lo único seguro son los millones que había aflojado el padre para que lo larguen. ¿Cuánto haría falta para que me devuelvan el mío?
Sé también que el cretino volvió más porquería que nunca, y que persigue hace rato a una pobre sirvientita que tomaron. No para mucho le ha de dar el amor porque se sabe que la cacheteó un día porque se le quemaron unas ropas con lavandina. No le servirán ésas pero se compra otras... pero yo, ¿qué hago con dos cajas con las de mi hijo? Ahí están sobre el ropero, mejor lavadas y planchadas que nunca, ropas que para siempre no usará el Basilio; como las mías, ya que quemé todas las que no pude teñir de negro.
También dicen que el Pereda armó un escándalo porque a Ia chica se le rompió un frasco de colonia. , . Y yo que dejé a mano uno que era del Basilio, para olerlo de vez en cuando si me amenaza el olvido o se me quiere espantar la rabia que siempre tuve... Entonces, en vez de llorar como el mundo quiere, salgo al patio y les destrozo el espinazo a palos a los perros que junto, que para eso están, para que me aguanten la bronca. Y gracias a ellos mañana todo el pueblo hablará de mí.
Hace tres meses que todas las noches les rompo el alma a esos veinte perros, vistiéndome con las ropas que tiró el hijo de Pereda porque se le "quemaron" con lavandina. Veinte perros alimentados a carne cruda, que cuando olfatean una colonia que se le rompió a la sirvienta de los Pereda, se retuercen de dolor y espanto, queriendo morder a quien desde las sombras los castiga sin piedad, mientras silba como un tordo.
Y esta noche vendrá el hijo de Pereda, caliente y perfumado, buscando el cuerpo de una sirvientita con la que hace tiempo afila en el portoncito de un rancho, en las afueras del pueblo; una negrita que sale a mañerearle la boca apenas siente que él le silba como un tordo desde la oscuridad.
Digo yo si será estúpida la gente, que habiendo otras atorrantas en el pueblo, justo tuvo que gustarle ésta, una pobre muchachita con modales de porteña, en mala hora hija mía y del Gervasio, que se me parece sólo en el odio que tenemos, desde que le escribí a Buenos Aires, contándole lo de su hermano.
La misma sirvientita que cuando sienta el ya pactado silbidito "como de tordo" llamándola por última vez desde el portoncito abierto, me ayudará a soltar veinte perros famélicos, para que mañana y siempre todo el pueblo hable de mí.
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